lunes, 8 de noviembre de 2010

DIA 22 PROPÓSITO Nº 3: Fuiste creado para ser como Cristo


PROPÓSITO Nº 3
FUISTE CREADO PARA SER COMO CRISTO
“Vivan en unión vital con Él, enraizados en Él,
y nútranse de Él. Mantengan un ritmo de
crecimiento en el Señor, y fortalézcanse
y vigorícense en la verdad”.
Colosenses 2:6,7 (BAD)

Creado para ser como CristoDesde el mismo principio Dios decidió que los que se
acercaran a Él (y Él sabía quiénes se habrían de
acercar) fueran como su Hijo, para que él fuera el
mayor entre muchos hermanos.
Romanos 8:29 (BAD)

Vemos a este hijo y vemos el propósito original de Dios
en todo lo creado.
Colosenses 1:15 (PAR)

Fuiste creado para ser como Cristo.

Desde el comienzo mismo, el plan de Dios fue crearnos a semejanza de su Hijo Jesús. Este es nuestro destino y el tercer propósito de nuestra vida. Dios anunció su intención en la creación: entonces Dios dijo: “Hagamos a los seres humanos a nuestra imagen y semejanza”.
En toda la creación, sólo los seres humanos fuimos hechos “a la imagen de Dios”. Este es un gran privilegio y nos dignifica. No sabemos todo lo que abarca esta frase, pero sabemos que incluye aspecto: como Dios, somos seres espirituales ¾nuestros espíritus son inmortales y perdurarán más que nuestros cuerpos terrenales¾ ; somos intelectuales ¾podemos pensar, razonar, y resolver problemas¾ ; a semejanza de Dios, nosotros nos relacionamos ¾podemos dar y recibir amor verdadero¾; y tenemos una conciencia moral: podemos discernir el bien del mal, lo cual nos hace responsables ante Dios.
La Biblia dice que todas las personas, no sólo los creyentes, poseen una parte de la imagen de Dios; por eso el asesinato y el aborto son malos. Pero esta imagen está incompleta, el pecado la dañó y distorsionó. Por lo tanto, Dios envió a Jesús.
¿A qué se parece la “imagen y semejanza” completa de Dios? ¡Se parece a Jesucristo! La Biblia dice que Jesús es “la visible”, y es “la fiel imagen de lo que Él es”.
A menudo la gente cita la frase “De tal palo, tal astilla” para referirse al parecido familiar. Cuando las personas ven mi semejanza en mis hijos, eso me agrada. Dios quiere que también sus hijos lleven su imagen y semejanza. Su Palabra dice que fuimos “Creados para ser como Dios, verdaderamente justos y santos”.
Permíteme expresa esto con toda claridad: Nunca llegarás a ser Dios, ni siquiera un dios. Esa mentira orgullosa es la tentación más antigua de Satanás. Satanás le prometió a Adán y a Eva que si seguían su consejo, serían “como dioses”. Muchas religiones y la filosofía de la Nueva Era aún difunden esta mentira antigua de que somos divinos o que podemos llegar a ser dioses.
Manifestamos este deseo cada vez que intentamos controlar nuestras circunstancias, nuestro futuro y a las personas que nos rodean. Pero como criaturas, nunca seremos el Creador. Dios no quiere que llegues a ser un dios; Él quiere que seas piadoso: que tomes los valores, las actitudes y el carácter propio de Él. La Biblia dice que “adoptemos una manera enteramente nueva de vivir; una vida moldeada por Dios, una vida que, renovada desde dentro, forme parte de su conducta mientras Dios reproduce con toda precisión su carácter en ustedes”.
La meta final de Dios para tu vida sobre la tierra no es la comodidad, sino el desarrollo de tu carácter. Él quiere que crezcas espiritualmente y llegues a ser como Cristo. Esto no significa que pierdas tu personalidad o que llegues a ser un clon sin inteligencia. Dios creó tu singularidad, por lo cual ciertamente no quiere destruirla. Ser semejante a Cristo significa la transformación de tu carácter, no de tu personalidad. Dios quiere que desarrolles la clase de carácter que Jesús describe en las bienaventuranzas, cuando se refiere al fruto del Espíritu, en el gran capítulo de Pablo sobre el amor, y la lista de Pedro de las características de una vida provechosa y productiva. Cada vez que olvidamos que ese carácter es uno de los propósitos de Dios para nuestra vida, nuestras circunstancias nos hacen sentir frustrados. Nos preguntamos: “¿Por qué me sucede esto a mí? ¿Por qué estoy pasando por tantas dificultades?” ¡Una respuesta es que la vida está hecha para ser difícil! Es lo que nos permite crecer. Recuerda que ¡la tierra no es el cielo!.
Muchos cristianos interpretan mal la promesa de Jesús acerca de la ”vida abundante”, como si eso quisiera decir una salud perfecta, un estilo de vida rodeado de comodidades, felicidad permanente, la plena realización de los sueños, y el alivio instantáneo de los problemas mediante la fe y la oración. En pocas palabras, esperan que la vida cristiana sea fácil. Esperan el cielo aquí en la tierra.
Esta perspectiva egocéntrica trata a Dios como un “genio de una lámpara” que simplemente existe para servirlos en su búsqueda egoísta de la realización personal. Pero Dios no es tu sirviente, y si pretendes que la vida debe ser fácil, pronto te desilusionarás muchísimo o vivirás negando la realidad.
¡No olvides nunca que la vida no gira en torno a ti! Existes para los propósitos de Dios, no a la inversa. ¿Por qué habría de proporcionarte Dios el cielo en la tierra cuando Él ha hecho planes para darte algo mayor en la eternidad? Dios nos da nuestro tiempo sobre la tierra para edificar y fortalecer nuestro carácter para el cielo.
EL TRABAJO DEL ESPÍRITU DE DIOS EN TU VIDA
La función del Espíritu Santo es producir el carácter de Cristo en ti. La Biblia afirma:”Mientras el Espíritu del Señor obra dentro de nosotros, llegamos a ser cada vez más como Él y reflejamos su gloria más aún”. Este proceso de transformarnos para ser más como Jesús se llama santificación, y es el tercer propósito de tu vida sobre la tierra.
No puedes reproducir el carácter de Jesús si dependes de tu propia fuerza. Las resoluciones de Año Nuevo, la fuerza de voluntad y las mejores intenciones no son suficientes. Sólo el Espíritu Santo tiene poder para hacer los cambios que Dios quiere efectuar en nuestras vidas. La Escritura dice que “Dios es quien produce en ustedes tanto el querer como el hacer; para que se cumpla su buena voluntad”.La sola mención de “el poder del Espíritu Santo” basta para que muchas personas piensen en demostraciones milagrosas y emociones intensas. Pero la mayor parte del tiempo ese poder es liberado en tu vida de una manera tranquila y discreta, de modo que ni siquiera eres consciente de él ni lo percibes. A menudo Dios nos llama la atención con “un suave murmullo”.
La semejanza con Cristo no se produce por imitación, sino porque Cristo mora en nosotros. Permitimos que Cristo viva a través de nosotros. “Porque este es el secreto: Cristo vive en ustedes”. ¿Cómo sucede esto en la vida real? Por medio de las opciones que escogemos. Dadas las situaciones, escogemos hacer lo correcto y luego confiamos en que el Espíritu de Dios nos dará su poder, amor, fe y sabiduría para lograrlo. Dado que el Espíritu de Dios vive dentro de nosotros, estas cosas siempre están disponibles si se lo pedimos.
Debemos cooperar con el trabajo del Espíritu Santo. A lo largo de la Biblia vemos expresada una verdad importante: El Espíritu Santo libera su poder en el momento en que das un paso de fe. Cuando Josué se enfrentó con una barrera infranqueable, las aguas desbordadas del río Jordán sólo retrocedieron después de que, en obediencia y fe, los líderes entraran en la impetuosa corriente.
La obediencia libera el poder de Dios.
Dios espera que actúes primero. No esperes hasta que te sientas poderoso o seguro. Sigue adelante pese a tu debilidad, haciendo lo correcto a pesar de tus temores y sentimientos. Así es como cooperas con el Espíritu Santo, y es como se desarrolla tu carácter.
La Biblia compara el crecimiento espiritual con una semilla, un edificio o un niño en crecimiento. Cada metáfora requiere una participación activa: las semillas deben ser plantadas y cultivadas, los edificios deben ser construidos ¾no surgen de la nada¾ y los niños deben comer y hacer ejercicio para crecer.
Aunque el esfuerzo no tiene nada que ver con nuestra salvación, tiene mucho que ver con nuestro crecimiento espiritual. Por lo menos ocho veces en el Nuevo Testamento se nos dice que “hagamos todo esfuerzo” en nuestro crecimiento para llegar a ser como Jesús. Uno no se sienta simplemente a esperar que suceda.
En Efesios 4:22-24 Pablo explica nuestras tres responsabilidades para llegar a ser como Cristo. Primero, debemos escoger abandonar nuestras maneras antiguas de actuar: “Desháganse de todo lo que tenga que ver con su viejo estilo de vida. Está totalmente podrido. ¡Líbrense de él!”.
Segundo, debemos cambiar nuestra manera de pensar: “Permitan que el Espíritu cambie su manera de pensar”. La Biblia dice que somos “transformados” mediante la renovación de nuestra mente. La palabra griega para transformados, metamorphosis (usada en Romanos 12:2 y 2º Corintios 3:18), es la que se emplea para describir el cambio asombroso que permite que una oruga se transforme en una mariposa. Es un hermoso cuadro de lo que nos pasa espiritualmente cuando permitimos que Dios dirija nuestros pensamientos: Él nos transforma de adentro hacia fuera, nos hace más hermosos y nos libera para alcanzar nuevas alturas.
Tercero, debemos “vestirnos” con el carácter de Cristo, desarrollando nuevos y consagrados hábitos. Tu carácter es esencialmente la suma de tus hábitos; es la manera en que te conduces habitualmente. La Biblia nos manda ponernos el nuevo yo “la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad”.
Dios usa su Palabra, las personas y las circunstancias para moldearnos.
Estas tres condiciones son indispensables para el desarrollo del carácter. La Palabra de Dios proporciona la verdad que necesitamos para crecer, el pueblo de dios proporciona el apoyo que necesitamos para crecer; y las circunstancias proporcionan el ambiente para practicar la semejanza de Cristo. Si estudias y aplicas la Palabra de Dios, si te vinculas regularmente con otros creyentes y aprendes a confiar en Dios en las circunstancias difíciles, te garantizo que llegarás a ser más como Jesús. Analizaremos cada uno de estos ingredientes de crecimiento en los capítulos siguientes.
Muchas personas dan por sentado que todo lo que se necesita para el crecimiento espiritual es estudio bíblico y oración. Pero ambas cosas por sí solas nunca cambiarán algunas cuestiones de la vida. Dios usa a las personas. Él casi siempre prefiere trabajar por medio de las personas en vez de realizar milagros, para que dependamos unos de otros para la comunión. Él quiere que crezcamos juntos.
En muchas religiones, las personas consideradas espiritualmente más maduras y santas son las que se aíslan de otros en monasterios situados en lo alto de una montaña, sin peligro de contagio por el contacto con otros. Pero esta es una grave equivocación. ¡La búsqueda de la madurez espiritual no es una ocupación solitaria e individual! No puedes llegar a ser como Cristo en el aislamiento. Debes estar cerca de otras personas e interactuar con ellas. Necesitas ser miembro de una iglesia y de una comunidad. ¿Por qué? Porque la verdadera madurez espiritual consiste en aprender a amar como Jesús amó, y no puedes practicar esa disciplina si no estas en relación y contacto con otras personas. Recuerda, todo es cuestión de amor: amar a Dios y a los demás.
Llegar a ser como Cristo es un proceso largo y de lento crecimiento. La madurez espiritual no es instantánea ni automática; es un desarrollo gradual y progresivo que llevará el resto de tu vida. Refiriéndose a este proceso, Pablo dijo: “Esto continuará hasta que seamos... maduros, así como Cristo es, y seamos completamente como Él”.
Eres una obra en progreso. Tu transformación espiritual en cuanto al desarrollo del carácter de Jesús seguirá por el resto de tu vida, y aun así, no se completará aquí en la tierra. La obra se terminará cuando llegues al cielo o cuando Jesús vuelva. En ese momento, cualquier trabajo en tu carácter que todavía quede por terminar se dará por finalizado. La Biblia dice que cuando al fin podamos ver a Jesús perfectamente, llegaremos a ser exactamente como Él: “Ni siquiera nos podemos imaginar cómo seremos cuando Cristo vuelva. Pero sabemos que cuando Él venga, seremos como Él, porque lo veremos como Él realmente es”.
Hay mucha confusión en la vida cristiana por ignorar la simple verdad de que Dios está más interesado en construir tu carácter que en cualquier otra cosa. Nos preocupamos cuando dios parece estar en silencio con respecto a determinados temas como por ejemplo: “¿Qué carrera profesional debo elegir?” La verdad es que hay muchas en las que podrías cumplir la voluntad de Dios para tu vida. Elijas lo que elijas, a Dios lo que le importa es que lo hagas como si lo hicieras para Cristo.
Dios está mucho más interesado en lo que eres que en lo que haces. Somos “seres humanos”, no “quehaceres humanos”. Dios está mucho más preocupado por tu carácter que en tu carrera profesional, porque tu carácter te acompañará toda la eternidad, no así tu carrera profesional.
La Biblia advierte: “No se acomoden tan bien a su cultura que se conformen a ella sin siquiera notarlo. En cambio, pongan su atención en Dios. Serán cambiados de adentro hacia fuera... A diferencia de la cultura que los rodea, que siempre los arrastra hacia un nivel inferior de inmadurez. Dios hace que surja lo mejor de ustedes, y desarrolla una madurez bien compuesta en ustedes”. Para concentrarnos en llegar a ser más como Jesús, deberemos tomar decisiones opuestas a la cultura imperante. De lo contrario, influencias como la de nuestros compañeros, padres, colaboradores, y la cultura misma, intentarán amoldarnos a su imagen.
DÍA VEINTIDOS
PENSANDO EN MI PROPÓSITO
Punto de reflexión: Fui hecho para llegar a ser como Cristo.
Versículo para recordar: “En la medida en que el Espíritu del Señor opera en nosotros, nos parecemos más a Él y reflejamos más su gloria”. 2º Corintios 3:18 (BAD)
Pregunta para considerar: ¿En qué área de mi vida necesito pedir el poder del Espíritu para ser como Cristo hoy?Lamentablemente, una ojeada rápida a varios libros cristianos populares revelan que muchos creyentes han dejado de vivir para los grandes propósitos de Dios y se han amoldado para vivir su realización personal y su estabilidad emocional. Eso es egocentrismo, no discipulado. Jesús no murió en la cruz únicamente para que pudiéramos vivir cómodos y bien adaptados. Su propósito va mucho más a fondo: Él quiere hacernos como Él mismo antes de llevarnos al cielo. Este es nuestro privilegio principal, nuestra responsabilidad inmediata y nuestro destino final.

DIA 21 Cuida tu iglesia


Esfuércense por mantener la unidad del
Espíritu mediante el vínculo de la paz.
Efesios 4:3 (NVI)

Que el amor sea el árbitro de sus vidas,
porque entonces la iglesia permanecerá
unida en perfecta armonía.
Colosenses 3:14 (BAD)


Te toca a ti proteger la unidad de tu iglesia.
La unidad en la iglesia es tan importante que el Nuevo Testamento presta más atención a ella que al cielo o al infierno. Dios desea intensamente que experimentemos la unidad y armonía unos con otros.
La unidad es el alma de la comunión. Destrúyela, y arrancarás el corazón del cuerpo de Cristo. Es la esencia, el núcleo de cómo Dios quiere que experimentemos juntos la vida en su iglesia. Nuestro modelo supremo para la unidad es la Trinidad. Padre, Hijo y Espíritu Santo están completamente unificados como uno. Dios mismo es el ejemplo supremo del amor sacrificado, de la humilde consideración hacia los demás y de la armonía perfecta.
Al igual que todo padre, nuestro Padre celestial se regocija viendo cómo sus hijos se llevan bien entre sí. En los momentos finales antes de su arresto, Jesús oró apasionadamente por nuestra unidad. Esto era lo que predominaba en su mente durante esas horas de agonía, lo cual demuestra cuán importante es este asunto.
Nada en la tierra es más valioso para Dios que su iglesia. Él pagó el precio más alto por ella, y quiere que la protejamos, sobre todo del daño devastador que causan la división, el conflicto y la falta de armonía. Si formas parte de la familia de Dios, es tu responsabilidad proteger la unidad donde te congregas en comunión. Jesucristo te encomendó hacer todo lo que esté a tu alcance para conservar la unidad, proteger la comunión, y promover la armonía en la familia de su iglesia y entre todos los creyentes. La Biblia indica: “Esfuércense por mantener la unidad del espíritu en el vínculo de la paz”. ¿Cómo podemos hacerlo? La Palabra de Dios nos da consejos prácticos:
Enfoquémonos en lo que tenemos en común, no en las diferencias. Pablo nos dice: “Esforcémonos en promover todo lo que conduzca a la paz y a la mutua edificación”. Como creyentes compartimos un Señor, un cuerpo, un propósito, un Padre, un Espíritu, una esperanza, una fe, un bautismo y un amor. Compartimos la misma salvación, la misma vida y el mismo futuro: factores mucho más relevantes que cualquier diferencia que podríamos enumerar. Estos son los asuntos en los que debemos enfocarnos, no en nuestras diferencias personales.
Debemos recordar que fue Dios quien nos escogió para darnos personalidades, trasfondos, razas y preferencias diferentes, de modo que podamos valorar y disfrutar esas diferencias, no meramente tolerarlas. Dios quiere unidad, no uniformidad. Y por causa de la unidad nunca debemos permitir que las diferencias nos dividan. Debemos permanecer concentrados en lo que más importa: aprender a amarnos como Cristo nos amó, y cumplir los cinco propósitos de Dios para cada uno de nosotros y para su iglesia.
Por lo general el conflicto es una señal de que estamos concentrándonos en otros asuntos menos importantes, lo que la Biblia llama “discusiones necias”. La división siempre surge cuando dirigimos la mirada hacia las personalidades, las preferencias, las interpretaciones, los estilos o los métodos. Pero si nos concentramos en amarnos y en cumplir los propósitos de Dios, el resultado es la armonía. Pablo rogaba por esto: “Que haya verdadera armonía para que no surjan divisiones en la iglesia. Les suplico que tengan la misma mente, que estén unidos en un mismo pensamiento y propósito”.
Sé realista con respecto a tus expectativas. En cuanto descubrimos cómo quiere Dios que sea la verdadera comunión, es fácil desanimarnos por la diferencia entre lo ideal y la realidad en nuestra iglesia. Sin embargo, debemos amar a la iglesia con pasión pese a sus imperfecciones. Anhelar lo ideal mientras criticamos lo real es señal de inmadurez. Por otro lado, si uno se conforma con la realidad sin esforzarse por alcanzar lo ideal es señal de complacencia. La madurez consiste en vivir con esta tensión.
Habrá creyentes que sí te defraudarán y te decepcionarán, pero eso no es ninguna excusa para no tener comunión con ellos. Ellos son tu familia, aun cuando no actúen como tal; simplemente no puedes abandonarlos. En cambio Dios nos dice: “Tengan paciencia unos con otros, siendo indulgentes con las fallas de los demás por su amor”.
Las personas se desilusionan con la iglesia por muchas razones entendibles. La lista podría ser bastante larga: conflictos, heridas, hipocresía, negligencia, mezquindad, legalismo y otros pecados. En lugar de asustarnos y sorprendernos, debemos recordar que la iglesia está formada por pecadores de carne y hueso, incluyéndonos a nosotros mismos. Nos lastimamos unos a otros, a veces en forma intencional y otras veces sin mala intención, porque somos pecadores. Pero en vez de abandonar la iglesia, necesitamos quedarnos para resolver el asunto si esto es de alguna manera posible. La reconciliación, no la evasión, es el camino a un carácter más fuerte y a una comunión más profunda.
Si te divorcias de tu iglesia a la primera señal de decepción, eso es señal de inmadurez. Dios tiene cosas que quiere enseñarte, y a los demás también. Además, es imposible huir hasta encontrar la iglesia perfecta, porque no existe. Todas las iglesias tienen sus propias debilidades y problemas. Pronto volverás a sentirte decepcionado.
Groucho Marx tenía un dicho famoso que decía que no querría pertenecer a ningún club que lo aceptara como socio. Si una iglesia debe ser perfecta para satisfacerte, ¡esa misma perfección te excluirá de su membresía, porque tú no eres perfecto!.
Dietrich Bonhoffer, el pastor alemán que fue martirizado por resistirse a los nazis, escribió Vida en comunidad un libro clásico sobre la comunión. En su obra sugiere que la desilusión con nuestra iglesia local es algo bueno porque destruye nuestras falsas expectativas de la perfección. Cuando más pronto dejamos la ilusión de que una iglesia debe ser perfecta para amarla, más pronto dejaremos de fingir y empezaremos a admitir que todos somos imperfectos y necesitamos de la gracia de Dios. Este es el comienzo de la verdadera comunidad.
Todas las iglesias podrían poner un letrero que diga: “No es necesario que se presente ninguna persona perfecta. Este lugar es solamente para los que admiten que son pecadores, que necesitan de la gracia divina y que quieren crecer”.
Bonhoffer señaló: “Aquel que ama más su sueño de una comunidad cristiana que a la comunidad en sí misma, se convierte en destructor de toda ella... Si no damos gracias diariamente por la fraternidad cristiana en la que nos desenvolvemos, aun allí donde no hay grandes experiencias ni riqueza evidente hay mucha debilidad, fe vacilante y dificultades; si en lugar de ello nunca hacemos otra cosa que quejarnos ante Dios por ser todo tan miserable, tan mezquino, tan poco de acuerdo con lo que hemos esperado... entonces le impedimos a Dios hacer crecer nuestra comunidad de acuerdo con la medida y riqueza que nos espera a todos en Jesucristo”.
Decídete a animar más que a criticar. Siempre es más fácil eludir el compromiso y hacerse a un lado para disparar dardos contra los que trabajan, que participar y hacer una contribución. Dios nos advierte una y otra vez que no debemos criticarnos, compararnos ni juzgarnos unos a otros.
Cuando criticas lo que otro creyente está haciendo con fe y convicción sincera, interfieres en los asuntos de Dios: “¿Qué derecho tienes a criticar a los siervos de otro? Sólo su Señor puede decidir si están haciendo lo correcto”.
Pablo agrega que no debemos juzgar o despreciar a otros creyentes cuyas convicciones son diferentes a las nuestras: “¿Por qué criticas las acciones de tu hermano, por qué intentas empequeñecerlo? Todos seremos juzgados un día, no por las normas de otros, ni siquiera por las nuestras, sino por el juicio de Dios”.
Cuando juzgo a otro creyente, pasan cuatro cosas al instante: pierdo mi comunión con Dios, saco a relucir mi propio orgullo e inseguridad, me coloco bajo el juicio de dios y daño la comunión de la iglesia. Un espíritu de censura es un vicio costoso.
La Biblia llama a Satanás “el acusador de nuestros hermanos”. El trabajo del diablo consiste en culpar, quejarse y criticar a los miembros de la familia de Dios. Todo el tiempo que pasamos haciendo lo mismo, es porque hemos sido embaucados y estamos haciendo el trabajo por Satanás. Recuerda que los otros cristianos, no importa cuánto discrepes de ellos, no son el verdadero enemigo. Todo el tiempo que pasamos comparando o criticando a los otros hermanos debería ser utilizado para construir la unidad de nuestra comunidad. La Escritura dice: “Pongámonos de acuerdo en usar toda nuestra energía para llevarnos bien entre nosotros. Ayuden a los demás con palabras alentadoras; no los derrumben con la crítica”.
Niégate a escuchar chismes. Chismear es divulgar una información cuando uno no es parte del problema ni de la solución. Tú sabes que chismear está mal, pero tampoco debes escucharlos, si es que quieres proteger tu iglesia. Escuchar los chismes es como aceptar algo robado, y te convierte también en culpable del delito.
Cuando alguien empiece a contarte un chisme, ten el valor de decirle: “Hágame el favor de parar. No necesito saber eso. ¿Ha hablado usted directamente con esa persona?” Las personas que te cuentan chismes también rumorean acerca de ti. No se puede confiar en ellas. Si prestas atención a los chismes, Dios te llama alborotador. “Los alborotadores escuchan a los alborotadores”. “Éstos son los que dividen las iglesias, pensando sólo en ellos mismos”.
Es triste que en el rebaño de Dios, las heridas más grandes generalmente vienen de las otras ovejas y no de los lobos. Pablo advirtió acerca de los “cristianos caníbales” que se “devoran unos a otros” y destruyen la comunión. La Biblia dice que esta clase de alborotadores debe ser evitada porque “el chismoso revela los secretos; por lo tanto, no te asocies con el charlatán”. La manera más rápida de terminar con un conflicto en una iglesia o en un grupo pequeño es enfrentar a los que están difundiendo rumores, e insistir en que no lo hagan más. Salomón señaló: “Sin combustible se apaga el fuego, y las tensiones desaparecen cuando se acaban los chismes”.Practica el método de Dios para solucionar conflictos. Además de los principios mencionados en el último capítulo, Jesús le dio a la iglesia un proceso de tres pasos sencillos: “Si tu hermano peca contra ti, ve a solas con él y hazle ver su falta. Si te hace caso, has ganado a tu hermano. Pero si no, lleva contigo a uno o dos más, para que “todo asunto se resuelva mediante el testimonio de dos o tres testigos”. Si se niega a hacerles caso a ellos, díselo a la iglesia”.Durante los conflictos, serás tentado a quejarte con un tercero en lugar de hablar con valentía la verdad y amor con la persona con quien te disgustaste. Esto hace que el asunto se torne peor. En vez de eso, deberías ir directamente con la persona involucrada.
El enfrentamiento en privado siempre es el primer paso, y debes darlo tan pronto como te sea posible. Si entre los dos no son capaces de resolver las cosas, el paso siguiente es pedir la ayuda de uno o dos testigos para confirmar el problema e intentar restablecer la relación. ¿Qué deberíamos hacer si la persona persiste en su obstinación? Jesús dice que debemos plantear el problema ante la iglesia. Si la persona todavía se niega a escuchar después de eso, deberemos tratarla como a una incrédula.
Apoya a tu pastor y a los líderes. No hay líderes perfectos, pero Dios les da la responsabilidad y la autoridad para mantener la unidad de la iglesia. Pero cuando hay conflictos interpersonales que resolver, eso es un trabajo ingrato. A menudo los pastores tienen la desagradable tarea de actuar como mediadores entre miembros heridos, que tienen conflictos o que son inmaduros. También tienen la tarea imposible de intentar que todos estén contentos, ¡algo que ni siquiera Jesús pudo lograr”.
La Biblia es clara con respecto a la manera en que hemos de relacionarnos con los que nos sirven: “Respondan a sus líderes pastorales. Escuchen su consejo. Ellos están alertas a la condición de sus vidas, y obra bajo la supervisión estricta de Dios. Contribuyan al gozo de su liderazgo”.
Un día los pastores estarán delante de Dios y rendirán cuenta de cuán bien velaron por ti. “Ellos cuidan de ustedes como quienes tienen que rendir cuentas”. Pero tú también eres responsable. Tú también tendrás que rendir cuentas a Dios de cuán bien los seguiste a ellos.
La Biblia da a los pastores instrucciones muy específicas respecto a la manera en que deben tratar a las personas que causan divisiones en la comunidad. Ellos deben evitar las discusiones, enseñar con delicadez a los que se oponen mientras oran para que cambien, advertir a los contenciosos, rogar porque haya armonía y unidad, reprender a los que son irrespetuosos con los líderes, y destituir a los que causan divisiones en la iglesia si hacen caso omiso de dos amonestaciones.
Protegemos la comunión cuando honramos a los que nos sirven por medio del liderazgo. Los pastores y los ancianos necesitan nuestras oraciones, estímulo, aprecio y amor. Se nos ordena: “Honren a los líderes que trabajan tanto por ustedes, que han recibido la responsabilidad de exhortarlos y guiarlos en la obediencia. ¡Cólmenlos de aprecio y amor!”.
Te desafío a aceptar tu responsabilidad de proteger y promover la unidad de tu iglesia. Pon todo tu esfuerzo para lograrlo, y así agradarás a Dios. No siempre será fácil. A veces tendrás que hacer lo que es mejor para el cuerpo, no para ti mismo, dando muestras de tu preferencia por otros. Por eso Dios nos ha puesto en la familia de una iglesia: para aprender a no ser egoístas. En la comunidad aprendemos a decir “nosotros” en lugar de “yo”, y “nuestro” en vez de “mío”. Dios dice: ”No piensen sólo en su propio bien. Piensen en los otros cristianos y en lo que es mejor para ellos”.
Dios bendice a las congregaciones que están unidas. En la Iglesia de Saddleback, todos los miembros firman un pacto que incluye la promesa de proteger la unidad de nuestra congregación. Como resultado, nunca ha tenido un conflicto que divida la comunión. Tan importante como lo anterior, dado que es una comunidad fraternal y unida, ¡muchas personas quieren ser parte de ella! En los últimos siete años, la iglesia ha bautizado a más de 9.100 creyentes nuevos. Cuando Dios tiene un puñado de creyentes bebés que quiere “dar a luz”, busca la iglesia incubadora más cálida que pueda encontrar.
¿Qué estás haciendo particularmente para hacer que la familia de tu iglesia sea más cálida y fraternal? Hay muchas personas en tu comunidad en busca de amor y un hogar donde sean aceptadas. La verdad es que todos necesitamos y queremos que nos amen, y cuando las personas hallan una congregación donde los miembros se aman y se preocupan auténticamente los unos por los otros, habría que cerrar las puertas con llave para que no entren más.
DÍA VEINTIUNO
PENSANDO EN MI PROPÓSITO
Punto de reflexión: Es mi responsabilidad proteger la unidad de mi iglesia.
Versículo para recordar: “Esforcémonos por promover todo lo que conduzca a la paz y a la mutua edificación”. Romanos 14:19 (NVI)
Pregunta para considerar: ¿Qué estoy haciendo particularmente para proteger la unidad de la familia de mi iglesia?

DIA 20 Restaura el compañerismo


Dios... por medio de Cristo nos reconcilió
consigo mismo y nos dio
el ministerio de la reconciliación.

2º Corintios 5:18 (NVI)

Siempre es valioso restaurar relaciones.
Como la vida se resume en aprender a amar, Dios quiere que valoremos las relaciones y nos esforcemos por mantenerlas, en lugar de descartarlas siempre que se produzca una división, un disgusto o conflictos. De hecho, su Palabra nos dice que Dios nos ha dado el ministerio de restaurar relaciones. Por lo tanto, gran parte del Nuevo Testamento se ocupa de la enseñanza de cómo tratarnos mutuamente. Pablo escribió: “Por tanto, si sienten algún estímulo en su unión con Cristo, algún consuelo en su amor; algún compañerismo en el Espíritu, algún afecto entrañable, llénenme de alegría teniendo un mismo parecer; un mismo amor; unidos en alma y pensamiento”. El apóstol nos enseñó que la capacidad de llevarnos bien entre nosotros es señal de madurez espiritual.
Como Cristo quiere que su familia sea conocida por el amor que sienten unos por otros, el compañerismo roto es un mal testimonio para los incrédulos. Por eso Pablo sentía tanta vergüenza de los miembros de la iglesia de Corinto, que se dividían en facciones de distinta tendencia y hasta se demandaban a juicio. Por eso escribió: “Digo esto para que les dé vergüenza. ¿acaso no hay entre ustedes nadie lo bastante sabio como para juzgar un pleito entre creyentes?” No podía creer que no hubiera nadie en la iglesia lo suficientemente maduro para resolver el conflicto en paz. En la misma carta, dijo: “Les suplico, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos vivan en armonía y que no haya divisiones entre ustedes, sino que se mantengan unidos en un mismo pensar y en un mismo propósito”.
Si quieres la bendición de Dios en tu vida y que te conozcan como su hijo, debes aprender a ser pacificador. Jesús dijo: “Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios”. Fíjate que Jesús no dijo: “Dichosos los que aman la paz”, porque todos la amamos. Tampoco dijo: “Dichosos los pacíficos”, que nada los perturba. Al contrario, afirmó: “Dichosos los que trabajan por la paz”: los que activamente procuran resolver los conflictos. Los pacificadores son difíciles de encontrar porque la pacificación es una tarea difícil.
Como fuimos creados para formar parte de la familia de Dios y el segundo propósito de nuestra vida en la tierra es aprender a amar y relacionarnos con otros, trabajar por la paz es una de las habilidades más importantes que podemos desarrollar. Por desgracia, a la mayoría de nosotros nunca se nos enseñó cómo resolver conflictos.
Trabajar por la paz no es evitar los conflictos. Huir de los problemas, aparentar que no existen o tener miedo de hablar de ellos es cobardía. Jesús, el Príncipe de Paz, nunca tuvo miedo al conflicto. En cierta ocasión hasta lo provocó para bien de todos. A veces necesitamos evitar los conflictos; otras, necesitamos crearlos; y, aun otras, resolverlos. Por eso debemos orar pidiendo la guía continua del Espíritu Santo.
Trabajar por la paz no es apaciguar; siempre cediendo, dejándonos pisar y permitiendo que los demás nos pasen por encima; no es lo que Jesús tenía en mente. Él se negó a ceder en muchos asuntos, se mantuvo firme en su posición frente a la oposición del mal.

CÓMO RESTAURAR UNA RELACIÓN
Como creyentes, Dios nos ha llamado a restablecer nuestras relaciones unos con otros. Hay siete pasos bíblicos para restaurar el compañerismo:
Habla con Dios antes que con la persona. Conversa con Dios acerca del problema. Si oras acerca del conflicto antes de ir con el chisme a un amigo, descubrirás que tú o la otra persona cambian de parecer sin ayuda de nadie. Nuestras relaciones serían mejores si sólo oráramos más por ellas.
Como lo hizo David con sus salmos, usa la oración para ventilar hacia arriba. Cuéntale a Dios tus frustraciones. Clama a Dios. Él nunca se sorprende ni se disgusta por nuestro enojo, dolor, inseguridad o cualquier otra emoción. Cuéntale exactamente cómo te sientes.
Muchos conflictos se originan en necesidades insatisfechas. Algunas de ellas sólo pueden ser satisfechas por Dios. Cuando esperamos que una persona, ya sea un amigo, un cónyuge, un jefe o un pariente, satisfaga una necesidad que sólo Dios puede suplir, nos exponemos a la decepción y la amargura. Nadie puede satisfacer todas nuestras necesidades, sólo Dios puede hacerlo.
Como bien señaló el apóstol Santiago, muchos de nuestros conflictos obedecen a la falta de oración: “¿De dónde surgen las guerras y los conflictos entre ustedes?... Desean algo y no lo consiguen... No tiene porque no piden”. en vez de depender de Dios, dependemos de los demás para ser felices y luego nos enojamos cuando nos fallan. Dios nos invita a acudir a Él primero.
Toma la iniciativa siempre. No importa quién haya sido el ofendido o quién ofendió a quién: Dios espera que des el primer paso. No esperes por la otra persona. Preséntate ante ella. Restaurar el compañerismo cuando se rompe es tan importante que Jesús le asignó prioridad por encima de la adoración colectiva. Dijo: “Si entras en tu lugar de adoración y, al presentar tu ofrenda, recuerdas de pronto que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda, ve directamente a donde se encuentra tu amigo y hagan las paces. Entonces, y sólo entonces, vuelve y relaciónate con Dios.
Cuando el compañerismo sea tirante o se rompa, planifica inmediatamente una conferencia de paz. No la postergues, no pongas excusas o prometas “Ya me encargaré de este asunto algún día”. Fija una fecha para tener una reunión personal tan pronto como sea posible. La demora sólo sirve para aumentar el resentimiento y complicar las cosas. En casos de conflicto, el tiempo no cura las heridas; las inflama.
Actuar prontamente, además, reduce el daño espiritual que puedes sufrir. La Biblia dice que nuestros pecados, incluyendo los conflictos no resueltos, impiden nuestra comunión con Dios y que nuestras oraciones sean contestadas, además de hacernos sentir desgraciados. Los amigos de Job le recordaron que “preocuparse hasta la muerte con el resentimiento sería una necedad, una insensatez! Y que “sólo consigues lastimarte con tu enojo”.
El éxito de una conferencia de paz muchas veces depende de escoger el momento y el lugar correcto para reunirse. No se reúnan cuando dos estén cansados ni cuando puedan ser interrumpidos. El mejor momento es cuando los dos se encuentren en un buen estado de ánimo.
Sé comprensivo. Usa tus oídos más que tu boca. Antes de intentar resolver un desacuerdo, escucha atentamente los sentimientos de la otra persona. Pablo aconsejó: “Cada uno debe velar no sólo por sus propios intereses sino también por los intereses de los demás”. El término “velar” es el vocablo griego skopos, de donde provienen nuestras palabras telescopio y microscopio. Significa ver de cerca. Enfócate en los sentimientos, no en los hechos. Comienza con la compasión, no con las soluciones.
Al principio, no discutas con las personas acerca de sus sentimientos. Sólo escucha y permite que se desahoguen emocionalmente sin ponerte a la defensiva. Asienta con tu cabeza para demostrarle que la entiendes, aunque no estés de acuerdo. Los sentimientos no siempre son infalibles o lógicos. Por el contrario, el resentimiento hace que pensemos o que hagamos tonterías. David admitió su equivocación: “Cuando mis pensamientos estaban llenos de amargura y mis sentimientos estaban heridos, ¡fui tan estúpido como un animal!”. Todos podemos actuar bestialmente cuando nos sentimos lastimados.
Por el contrario, la Biblia dice: “El buen juicio hace al hombre paciente: su gloria es pasar por alto la ofensa”. La sabiduría produce paciencia y se adquiere escuchando otras perspectivas. Cuando escuchamos le decimos a la persona: “Valoro tu opinión, me interesa nuestra relación y me importas tú”. Es cierto: me importa saber lo que sabe un amigo porque me importa mi amigo.
Para restaurar el compañerismo debemos “agradar al prójimo para su bien, con el fin de edificarlo”. Aguantar con paciencia el enojo de los demás es un sacrificio, sobre todo si no tiene fundamento. Pero recuerda, eso fue lo que Jesús hizo por ti. Soportó el enojo malicioso e infundado para salvarte: “Porque ni siquiera Cristo se agradó a sí mismo sino que, como está escrito: “Sobre mí han recaído los insultos de tus detractores”.
Confiesa tu parte en el conflicto. Si realmente te interesa restaurar una relación, debes comenzar admitiendo tus propios errores o pecados. Jesús dijo que debes sacar primero “la viga de tu propio ojo, y entonces verás con claridad para sacar la astilla del ojo de tu hermano”.
Como todos tenemos un punto ciego, puede ser necesario pedirle ayuda a un tercero para que te ayude a evaluar tus propias acciones antes de reunirte con la persona con quien tienes un conflicto. Pídele a dios que te muestre tu parte de culpa en el problema. Pregúntale: “¿Soy yo el problema? ¿Soy poco realista, insensible o demasiado sensible?”. La Biblia dice que “si decimos que estamos libres de pecado, lo único que conseguimos es engañarnos”.
La confesión es una herramienta muy poderosa para la reconciliación. A veces la manera en que tratamos un conflicto produce un daño mayor que el problema original. Cuando comenzamos por reconocer con humildad nuestras equivocaciones, el enojo de la otra persona se apaga y la desarmas porque posiblemente esperaba que estuvieras a la defensiva. No te excuses ni culpes al otro; reconoce con sinceridad la parte que te corresponde en el conflicto. Asume la responsabilidad que te corresponde por tus errores y pide perdón.
Ataca al problema, no a la persona. No es posible arreglar el problema si lo que te interesa es encontrar quién tuvo la culpa. Debes optar por una u otra. La Biblia dice: “La respuesta amable calma el enojo, pero la agresiva echa leña al fuego”. Si estás enojado nunca lograrás persuadir a la otra persona; elige tus palabras con mucho cuidado. Una respuesta amable es siempre mejor que el sarcasmo.
Al resolver conflictos, la manera en que se dicen las cosas es tan importante como lo que se dice. Si eres agresivo, tus palabras se recibirán a la defensiva. Dios nos dice: “A la persona sabia y madura se le conoce por su inteligencia. Cuanto más agradables sus palabras, más convincente es la persona”. Ser fastidioso nunca sirve. No podemos ser convincentes cuando somos ásperos.
Durante la Guerra Fría, ambas partes acordaron que algunas armas de guerra eran tan destructivas que nunca deberían usarse. En la actualidad, las armas químicas y biológicas están prohibidas y los arsenales de armas nucleares se reducen y se destruyen. Para salvar el compañerismo, es necesario destruir nuestro arsenal de armas nucleares relacionales: la desaprobación, el menosprecio, las comparaciones, las etiquetas, los insultos, la condescendencia y el sarcasmo. Pablo lo resume de la siguiente manera: “Eviten las palabras dañinas, usen sólo palabras constructivas, que sirvan para edificación y sostén, para que lo que digan haga bien a quienes escuchan”.
Coopera tanto como puedas. Pablo dijo: “En cuanto dependa de ustedes, vivan en paz con todos”. La paz siempre tiene un precio. Puede costarnos nuestro orgullo; a menudo nos cuesta nuestro egoísmo. Por amor al compañerismo, haz lo mejor que puedas para llegar a un compromiso, para adaptarte, para optar por lo que la otra parte prefiere. Una paráfrasis de la séptima bienaventuranza de Jesús lo expresa así: “Ustedes son benditos cuando son capaces de mostrar a la gente cómo cooperar en lugar de competir o luchar. Entonces pueden descubrir quiénes son realmente y cuál es su lugar en la familia de Dios”.
Haz hincapié en la reconciliación, no en la solución. No es realista esperar que todos nos pongamos de acuerdo en todo. La reconciliación se enfoca en la relación, mientras que la resolución se concentra en el problema. Cuando nos concentramos en la reconciliación, el problema pasa a un segundo plano de importancia y hasta puede tornarse irrelevante.
Podemos restablecer una relación incluso sin haber podido resolver nuestras diferencias. Los cristianos solemos tener, con toda legitimidad, desacuerdos francos y opiniones distintas, pero podemos discutir sin ser desagradables. El mismo diamante, visto de diferentes ángulos, parece distinto. Dios quiere la unidad, no la uniformidad, y podemos caminar juntos del brazo sin ver todas las cosas de la misma forma.
Eso no quiere decir que debamos desistir de encontrar una solución. Puede ser necesario que continuemos discutiendo y hasta debatiendo, pero siempre en un espíritu de armonía. La reconciliación consiste en enterrar el arma, no el asunto.¿A quién debes contactar como resultado de haber leído este capítulo? ¿Con quién necesitas restaurar el compañerismo? No lo postergues ni un segundo. Haz una pausa ahora mismo y conversa con Dios por esa persona. Luego toma el teléfono y comienza el proceso. Estos siete pasos son sencillos, pero no fáciles. Restaurar una relación exige mucho esfuerzo. Por eso Pedro nos exhorta a “esforzarnos por vivir en paz unos con otros”. Pero cuanto trabajas por la paz, haces lo que dios haría. Por eso Dios llama pacificadores a sus hijos.
DÍA VEINTE
PENSANDO EN MI PROPÓSITO
Punto de reflexión: Siempre vale la pena restaurar las relaciones.
Versículo para recordar: “Si es posible, y en cuanto dependa de ustedes, vivan en paz con todos”. Romanos 12:18 (NVI)
Pregunta para considerar: ¿Qué debo hoy hacer para restaurar una relación rota?