viernes, 5 de noviembre de 2010

DIA 19 Cultivar la vida en comunidad


Podrán desarrollar una comunidad saludable
y robusta que viva bien con Dios y disfrutar
los resultados únicamente si se esfuerzan
por llevarse bien unos con otros, tratándose entre sí
con dignidad y honra.

Santiago 3:18 (PAR)

Todos seguían firmes en lo que los apóstoles les
enseñaban, y compartían lo que tenían, y oraban
y se reunían para partir el pan.
Hechos 2:42 (DHH)

La vida en comunidad requiere compromiso.
Sólo el Espíritu Santo puede crear la comunión verdadera entre los creyentes, pero la cultiva con las elecciones que hagamos y los compromisos que asumamos. Pablo señala esta doble responsabilidad: “Esfuércense por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz”. Para producir una comunidad cristiana que perpetúa el amor se necesita tanto el poder de Dios como nuestro esfuerzo.
Por desgracia, muchas personas se crían en familias con relaciones malsanas y, por lo tanto, carecen de las habilidades relacionales necesarias para la comunión verdadera. Debemos enseñarles cómo llevarse bien y entablar relaciones con otros miembros de la familia de Dios. Afortunadamente el Nuevo Testamento reboza de instrucciones acerca de cómo vivir juntos. Pablo afirmó: “Escribo estas instrucciones para que... sepas cómo hay que portarse en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente”.
Si estás harto de la comunión falsa y deseas cultiva una comunión verdadera y desarrollar una comunidad fraternal en tu grupo pequeño, en tu clase de escuela dominical o en la iglesia, necesitas tomar algunas decisiones difíciles y arriesgarte.
Cultivar la vida en comunidad requiere sinceridad. Debes estar lo suficientemente interesado para decir la verdad fraternalmente, incluso cuando prefieras pasar por alto un problema o no tratar un asunto espinoso. Si bien es mucho más fácil permanecer en silencio cuando las personas a nuestro alrededor tienen un patrón de pecado que les duele o lastima a otros, no es lo que el afecto nos manda hacer. La mayoría de las personas no tienen a nadie que las ame lo suficiente como para decirles la verdad (aunque duela), por lo cual persisten en sus conductas autodestructivas. Por lo general sabemos que es necesario decirle a esa persona, pero nuestros temores nos impiden abrir la boca. Muchas relaciones han sido perjudicadas por el temor: nadie tuvo el valor de hablar en el grupo mientras la vida de uno de sus miembros se desmoronaba.
La Palabra de Dios nos ordena: “hablando la verdad con amor”, porque no podemos formar una comunidad sin franqueza. Salomón dijo: “Una respuesta sincera es el signo de una verdadera amistad”. A veces esto implica preocuparnos lo suficiente por quien peca o está siendo tentado para enfrentarlo afablemente. Pablo dijo: “Hermanos, si ven que alguien ha caído en algún pecado, ustedes que son espirituales deben ayudarlo a corregirse. Pero háganlo amablemente; y que cada cual tenga mucho cuidado, no suceda que él también sea puesto a prueba”.
Muchas congregaciones y grupos pequeños son superficiales porque temen al conflicto. Siempre que surja un asunto que pueda provocar tensión o incomodidad, inmediatamente se lo pasa por alto para preservar un falso sentido de paz. Alguien sugiere “no complicar las cosas” y apaciguar los ánimos, pero el asunto nunca se resuelve, y todos se resignan. Todos saben cuál es el problema, pero nadie lo expresa francamente. Esto produce un ambiente viciado: hay secretos y se multiplican los chismes. La solución de Pablo era directa: “No más mentiras, no más falsas impresiones. Díganle a su prójimo la verdad. En el cuerpo de Cristo todos estamos conectados entre sí, a fin de cuentas. Cuando mienten a otros, se mienten a ustedes mismos”.
La comunión verdadera depende de la franqueza, ya se trate de un matrimonio, una amistad o tu iglesia. Aun más, en una relación, el túnel de los conflictos puede ser la puerta a la intimidad. Hasta que no nos importe lo suficientemente como para enfrentar y solucionar los obstáculos subyacentes, nunca podremos tener una relación más estrecha. Cuando un conflicto es bien manejado y se encaran y solucionan las diferencias, se estrechan las relaciones. La Biblia dice: “A fin de cuentas, más se aprecia al que reprende que al que adula”.
La franqueza no debe ser una licencia para decir lo que a uno se le antoja, dondequiera y cuando quiera. Eso es impertinencia. La Escritura afirma que”para todo hay un cuándo y un cómo“. Las palabras irreflexivas dejan cicatrices profundas. Dios nos manda hablarnos unos a otros en la iglesia como miembros afables de una familia: “No reprendas con dureza al anciano, sino aconséjalo como si fuera tu padre. Trata a los jóvenes como a hermanos; a las ancianas como a madres; a las jóvenes como a hermanas”.
Es triste, pero la falta de sinceridad ha destruido miles de relaciones. Pablo tuvo que reprender a la iglesia en Corinto por su pasivo código de silencio que permitía la inmoralidad dentro de su comunidad. Como no había nadie con suficiente valor para enfrentarla, les dijo:”No miren para otro lado con la esperanza de que el problema desaparecerá. Sáquenlo a la luz y trátenlo... Mejor un poco de devastación y vergüenza que la maldición... Ustedes creen que se trata de algo sin importancia, pero por el contrario... no deberían actuar como si todo estuviera bien cuando uno de sus compañeros cristianos es inmoral o calumniador, es arrogante con Dios o grosero con sus amigos, se emborracha o es avaro y estafador. No toleren esta situación, ni consideren aceptable ese comportamiento. No soy responsable de lo que hagan los de afuera, pero, ¿acaso no tenemos responsabilidad hacia los de adentro, los que conforman nuestra comunidad de creyentes?.
Cultiva la vida en comunidad requiere humildad. Nada destruye la comunión tan rápido como la arrogancia, la autocomplacencia y el orgullo empedernido. El orgullo erige murallas entre las personas; la humildad construye puentes. La humildad es como el aceite que suaviza las relaciones y lima las asperezas. Por eso la Biblia dice: “Revístanse todos de humildad en su trato mutuo”. La vestimenta apropiada para la comunión es una actitud de humildad.
El resto del versículo continúa: “Dios se opone a los orgullosos pero da gracia a los humildes”. Este es otro motivo por el que debemos ser humildes: el orgullo bloquea la gracia de Dios en nuestra vida, la que necesitamos para crecer, cambiar, sanar y ayudar a los demás. Recibimos la gracia de Dios cuando reconocemos con humildad que la necesitamos. La Biblia nos dice que ser orgullosos ¡es oponernos a Dios! Es una manera de vivir necia y peligrosa.
Podemos desarrollar la humildad de manera práctica: reconociendo nuestras debilidades, siendo tolerantes con las debilidades de otros, estando dispuestos a ser corregidos y destacando lo que hacen los demás. Pablo aconsejó: “Vivan siempre en armonía. Y no sean orgullosos, sino traten como iguales a la gente humilde. No se crean más inteligentes que los demás”. A los cristianos de Filipos les escribió: “Honren más a los demás que a ustedes. No se interesen sólo en ustedes sino interésense en la vida de los demás”.
La humildad no es pensar menos de si mismo sino pensar menos en ti mismo. Humildad es pensar más en los demás. Las personas humildes se interesan tanto en servir a otros, que no piensan en sí mismas.
Cultivar la vida en comunidad requiere amabilidad. La cortesía o amabilidad consiste en respetar nuestras diferencias, tener consideración por los sentimientos de otras personas y ser tolerantes con las que nos molestan. La Palabra de Dios dice: “Hagamos cuanto contribuya al bien... con el fin de edificarlas”. Pablo le dijo a tito: “El pueblo de Dios debe tener un gran corazón y ser amable”.
En todas las iglesias, y en cualquier grupo pequeño, habrá siempre por lo menos una persona “difícil”, a veces más de una. Éstas pueden tener necesidades emocionales especiales, profundas inseguridades, costumbres irritantes o hábitos sociales no desarrollados. Podríamos llamarlas personas NGE: que “necesitan gracia extra”.
Dios puso a tales personas en medio de nosotros tanto para nuestro beneficio como para el de ellas. Son una oportunidad para el crecimiento y poner a prueba la comunión: ¿Las amamos como hermanos y hermanas y las tratemos con dignidad?
Los miembros de una familia no se aceptan porque sean inteligentes, hermosos o talentosos. Se aceptan porque pertenecen a la misma familia. Defendemos y protegemos la familia. Uno de sus miembros puede ser algo tonto, pero es de nuestra familia. De la misma manera, la Biblia dice: “Ámense los unos a los otros con amor fraternal, respetándose y honrándose mutuamente”.
Lo cierto es que todos tenemos nuestras manías y caprichos. Pero la comunidad no tiene nada que ver con compatibilidades. La base de nuestra comunión es nuestra relación con Dios: somos una familia.
Una de las claves para la amabilidad es conocer los orígenes de una persona: descubre su historia. Cuando sepas lo que esa persona ha atravesado, serás más comprensivo. En lugar de pensar en todo lo que todavía tiene que aprender, pensarás en todo lo que ha progresado, a pesar de todo.
Otro aspecto de la amabilidad consiste en no subestimar las dudas ajenas. El hecho de que no tengamos determinados temores no quita validez a esos sentimientos. La comunidad verdadera se produce cuando la gente se siente suficientemente segura para poder expresar sus dudas y temores con la certeza que no la juzgarán.
Cultivar la vida en comunidad requiere confidencialidad. Para que las personas sean sinceras y expresen sus más profundas penas, necesidades y errores, se requiere una condición: una atmósfera segura que las haga sentirse cálidamente aceptadas y donde puedan desahogarse con confianza. La confidencialidad no implica permanecer en silencio si nuestro hermano o hermana peca. Significa que lo que se expresa dentro del grupo no sale afuera de él, que el grupo tratará el asunto internamente y nadie saldrá a contar chismes.
Dios odia los chismes, sobre todo cuando se los disfraza superficialmente como “pedidos de oración” por una persona. Él afirma: “El perverso provoca contiendas y el chismoso divide a los buenos amigos”. Los chismes provocan sufrimiento y divisiones, y destruyen la comunión. Dios es muy claro al respecto: debemos enfrentar “al que cause divisiones”. Estas personas pueden enojarse y abandonar el grupo o la iglesia cuando se las amonesta por sus acciones divisivas, pero el compañerismo de la iglesia es más importante que cualquier individualidad.
Cultivar la vida en comunidad requiere contacto frecuente. Debes tener contacto frecuente y regular con tu grupo para construir una comunión genuina. Para cultiva una relación se requiere tiempo. La Biblia nos dice: “No dejemos de congregarnos, como acostumbran hacerlo algunos, sino animémonos unos a otros”. Debemos desarrollar el hábito de reunirnos. Un hábito es algo que hacemos con frecuencia y regularidad, no ocasionalmente. Debemos pasar tiempo juntos ¾mucho tiempo¾ para construir relaciones sólidas. Por eso, la comunión es tan superficial en muchas iglesias justamente porque no pasamos suficiente tiempo juntos, y cuando nos reunimos, por lo general pasamos ese tiempo escuchando hablar a una sola persona.
La comunidad no se construye sobre la conveniencia (“Nos reuniremos cuando nos parezca”), sino que se apoya en la convicción de que la comunidad es necesaria para la salud espiritual. Si deseas cultiva una comunión verdadera, eso implicará reunirte incluso cuando no tengas ganas, porque estás convencido de que es importante. ¡Los primeros cristianos se reunían todos los días! “No dejaban de reunirse en el templo ni un solo día. De casa en casa partían el pan y compartían la comida con alegría y generosidad”. Para tener comunión debes invertir tiempo.
Si eres miembro de un pequeño grupo o clase, te animo a que hagas un pacto en el grupo que incluya las nueve características de la comunión bíblica: expresaremos nuestros verdaderos sentimientos (autenticidad), nos animaremos unos a otros (reciprocidad), nos apoyaremos unos a otros (compasión), nos perdonaremos unos a otros (misericordia), hablaremos la verdad en amor (sinceridad), reconoceremos nuestras debilidades (humildad), respetaremos nuestras diferencias (amabilidad), no andaremos con chismes (confidencialidad) y haremos del grupo una prioridad (frecuencia).Al leer esta lista de características, te resultará obvio por qué la comunión genuina es tan poco corriente. Consiste en formarnos en interdependientes. Sin embargo, los beneficios de compartir la vida juntos superan largamente los costos y nos preparan para el cielo.
DÍA DIECINUEVE
PENSANDO EN MI PROPÓSITO
Punto de reflexión: La vida en comunidad requiere compromiso.
Versículo para recordar: “En esto conocemos lo que es el amor: en que Jesucristo entregó su vida por nosotros. Así también nosotros debemos entregar la vida por nuestros hermanos”. 1º Juan 3:16 (NVI)
Pregunta para considerar: ¿Cómo puedo cultivar hoy las características de una comunidad verdadera en mi grupo pequeño o en mi iglesia?


DIA 18 Viviendo la vida juntos


Ustedes fueron llamados a formar un solo cuerpo,
el cuerpo de Cristo.

Colosenses 3:15 (BLS)

¡Cuán bueno y cuán agradable es que
los hermanos convivan en armonía!
Salmos 133:1 (NVI)


El significado de la vida es compartir.
La intención de Dios es que experimentemos la vida juntos. En la Biblia esta experiencia comunitaria se conoce como vivir en comunión. En la actualidad, sin embargo, la palabra ha perdido mucho de su significado bíblico. “Tener comunión” se usa para referirse a la conversación espontánea, la socialización, las comidas y la diversión. La pregunta “¿Dónde tienes comunión?” significa: “¿A qué iglesia asistes?”. Afirmar: “Quédate después del servicio APRA un momento de comunión” quiere decir “Tendremos un refrigerio”.
La verdadera comunión es mucho más que asistir a los servicios dominicales. Es experimentar la vida juntos. Consiste en amar desinteresadamente, compartir con corazón sincero, servir en la práctica, hacer sacrificios, consolar y solidarizarse con los que sufren, y todos los demás mandamientos que el Nuevo Testamento nos manda hacer “unos a otros”.
Con todo aquello relacionado con la comunión, el tamaño importa: cuanto más pequeño, mejor. Con una multitud se puede adorar, pero no se puede tener comunión. Cuando los grupos son superiores a diez personas,. Algunas dejarán de participar ¾por lo general, las más calladas¾ y otras ejercerán dominio.
Jesús ministró en el contexto de pequeños grupos de discípulos. Pudo haber elegido a más, pero sabía que doce es prácticamente el tamaño máximo posible para permitir la participación de todos.
El cuerpo de Cristo, como el tuyo, es en realidad una colección de varias células pequeñas. La vida del cuerpo de Cristo, como el tuyo, está en las células. Debido a esto, todos los cristianos necesitan estar comprometidos con un pequeño grupo dentro de cada iglesia, ya sea uno de reflexión en los hogares, una clase de escuela Dominical o un grupo de estudio bíblico. La verdadera comunidad se gesta en esos lugares, no en las reuniones masivas. Piensa en la iglesia como en un barco, los pequeños grupos son los botes salvavidas.
Dios ha hecho una promesa increíble con respecto a los pequeños grupos de creyentes: “Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Por desgracia, pertenecer a un pequeño grupo tampoco es ninguna garantía de que se experimentará una verdadera comunión. Muchas clases de Escuela Dominical y grupos pequeños son superficiales, no tienen idea de lo que es experimentar la comunión genuina. ¿Cuál es la diferencia entre la comunión verdadera y la falsa?
En la comunión verdadera experimentamos autenticidad. La comunión auténtica no es superficial. Consiste en la expresión genuina, de corazón a corazón, desde lo más íntimo de nuestro ser. El verdadero compañerismo ocurre cuando la gente es honesta con lo que es y con lo que sucede en su vida: comparte sus penas, revela sus sentimientos, confiesa sus fracasos, manifiesta sus dudas, reconoce sus temores, admite sus debilidades, y pide la ayuda y oración de los demás.
La autenticidad es exactamente lo contrario de lo que encuentras en algunas iglesias. En éstas, en vez de una atmósfera de sinceridad y humildad, hay fingimiento, roles, politiquería, cordialidad superficial y conversación trivial. La gente se pone máscaras, está a la defensiva y se conduce como si su vida fuera un lecho de rosas. Estas actitudes matan la verdadera comunión.
Podremos experimentar la verdadera comunión sólo si somos transparentes en nuestra vida. La Biblia dice: “Si vivimos en la luz, así como Él está en la luz, tenemos comunión unos con otros... Si afirmamos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no tenemos la verdad”. El mundo cree que la intimidad necesita oscuridad, pero Dios dice que ésta ocurre en la luz. La oscuridad sirve para esconder nuestros dolores, culpas, temores, fracasos y fallas. Pero al sacarlas a la luz, las ponemos a la vista y admitimos quiénes somos en realidad.
Por supuesto, la autenticidad exige valor y humildad. Implica enfrentar nuestro temor a la exposición, al rechazo y a ser heridos nuevamente. ¿Por qué habríamos de correr ese riesgo? Porque es la única manera de crecer espiritualmente y conservar nuestra salud emocional. La Escritura indica que “nuestra práctica debería ser: confesarnos unos a otros nuestros pecados y orar unos por otros para poder vivir todos juntos y ser sanados”. Sólo podemos crecer si nos arriesgamos, y no hay riesgo mayor que ser sinceros con nosotros mismos y con otros.
En la comunión verdadera experimentamos reciprocidad. La reciprocidad es el arte de dar y recibir. Depende de cada uno de nosotros. La Biblia dice que “Dios diseñó nuestros cuerpos como un modelo para que pudiéramos entender nuestras vidas reunidas como iglesia: cada parte dependiente de todas las demás partes”. La reciprocidad es el corazón de la comunión: la construcción de relaciones recíprocas, de compartir responsabilidades y de ayudarse unos a otros. Pablo dice que desea que nos ayudemos “entre nosotros con la fe que compartimos. Tu fe me ayudará y mi fe te ayudará”.
Somos más sólidos en nuestra fe cuando caminamos junto a otros que nos animan. La Biblia nos ordena rendir cuentas unos a otros, animarnos, servirnos y honrarnos mutuamente. Más de cincuenta veces el Nuevo Testamento nos manda hacer distintas tareas “unos a otros” y “unos con otros”. La Palabra de Dios señala: “Esforcémonos por promover todo lo que conduzca a la paz y a la mutua edificación”.
No eres responsable de cada persona del cuerpo de Cristo, pero tienes una responsabilidad con ellos. Dios espera que hagas lo que esté a tu alcance para ayudarlos.
En la comunión verdadera experimentamos compasión. La compasión no se limita a dar consejos o una ayuda rápida y cosmética; la compasión es comprender y compartir el dolor de los demás. La compasión dice: “Entiendo lo que te está pasando, y lo que sientes no es raro ni es una locura”. Hoy también se la conoce como “empatía”, pero la palabra bíblica es “compasión”. La Escritura afirma que, como escogidos de Dios, santos y amados, debemos vivir con “verdadera compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia”.
La compasión satisface dos necesidades humanas esenciales: ser entendidos y apreciados con nuestros sentimientos. Cada vez que entiendes y aprecias los sentimientos de alguien, estableces comunión. El problema es que muchas veces tenemos tanta prisa para arreglar las cosas, que no tenemos tiempo para expresar nuestra compasión; o estamos preocupados con nuestros propios dolores. La autocompasión agota la compasión por los demás.
La comunión tiene diferentes niveles, cada uno apropiado para diferentes momentos. Los grados más simples de comunión son al compartir y al estudiar la Palabra de Dios en comunidad. Un nivel más profundo es la comunión al servir: cuando ministramos entre varios en viajes misioneros o en proyectos de caridad. El nivel más profundo e intenso es la comunión en sufrimiento, cuando nos solidarizamos con la pena y el dolor de los demás y nos ayudamos unos a otros a sobrellevar las cargas. Los cristianos que mejor entienden este nivel son quienes, en este mundo, sufren persecución, desprecio y hasta muerte como mártires por su fe.
La Palabra de Dios nos manda: “Cuando tengan dificultades, ayúdense unos a otros. Esa es la manera de obedecer la ley de Cristo”. Es en los momentos más intensos de crisis, dolor y duda cuando más nos necesitamos unos a otros. Cuando las circunstancias nos aplastan y nuestra fe se derrumba, es cuando más necesitamos a nuestros amigos creyentes. Necesitamos contar con un pequeño grupo de amigos que tengan fe en Dios por nosotros para permitirnos salir adelante. En un pequeño grupo, el cuerpo de Cristo es real y tangible, aunque Dios parezca distante. Durante su sufrimiento, Job necesitó con desesperación contar con ese grupo. Clamó: “aunque uno se aparte del temor al Todopoderoso, el amigo no le niega su lealtad”.
En la comunión verdadera experimentamos misericordia. La comunión es un lugar de gracia, donde en vez de enfatizar los errores, éstos se resuelven. La comunión se genera cuando la misericordia triunfa sobre la justicia.
Todos necesitamos misericordia porque todos tropezamos y caemos y necesitamos que alguien nos ayude a ponernos en pie y en camino. Necesitamos brindarnos misericordia unos a otros y estar dispuestos a recibirla. Dios declara que cuando alguien peca, debemos “perdonarlo y consolarlo para que no sea consumido por la excesiva tristeza”.
No es posible tener comunión sin perdón. Dios nos dice: “No guarden rencor”, porque la amargura y el resentimiento destruyen la comunión. Como somos pecadores e imperfectos, inevitablemente nos lastimamos. En ocasiones, intencionalmente y otras veces sin mala intención, pero de una u otra manera, requiere cantidades enormes de misericordia y gracia crear y sostener la comunión. La Escritura dice que “tengan paciencia unos con otros, y perdónense si alguno tiene una queja contra otro. Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes”.
La misericordia de Dios es el motor que nos motiva a mostrar compasión a los demás. Recordemos que nunca se nos pedirá perdonar más que lo que Dios nos perdonó a nosotros. Cuando alguien te lastime, tienes que decidir. ¿Usaré mi energía y mis emociones para vengarme o para buscar una solución? No es posible hacer ambas cosas.
Muchas personas son renuentes a mostrar misericordia porque no entienden la diferencia entre confianza y perdón. Perdonar es soltar las riendas del pasado. La confianza tiene que ver con el comportamiento en el futuro.
El perdón debe ser inmediato, lo pida o no quien ofendió. La confianza se reconstruye con el tiempo. Esta requiere llevar un registro. Si una persona nos lastima repetidas veces, Dios nos manda perdonarla al instante, pero no espera que confiemos en ella de inmediato, y tampoco supone que debemos permitir que siga lastimándonos. Deberá demostrar que el tiempo la ha transformado. El mejor lugar para restaurar la confianza es dentro del ámbito de apoyo provisto por un pequeño grupo que ofrezca la posibilidad de animarnos mutuamente y ser responsables unos de otros.
Experimentarás muchos otros beneficios si formas parte de un pequeño grupo comprometido con tener comunión verdadera. Es una parte esencial de tu vida cristiana que no puedes desatender. Por más de dos mil años los cristianos se han reunido regularmente en pequeños grupos para vivir en comunión. Si nunca has formado parte de uno, no tienes idea de lo que te estás perdiendo.En el capítulo siguiente analizaremos lo que se requiere para crear este tipo de comunidad con otros creyentes, pero espero que este capítulo haya despertado el hambre de una experiencia de autenticidad, reciprocidad, compasión y misericordia que experimentarás con la comunión verdadera. Fuiste creado para esa comunión.
DÍA DIECIOCHO
PENSANDO EN MI PROPÓSITO
Punto de reflexión: Necesito otras personas en mi vida.
Versículo para recordar: “Ayúdense unos a otros a llevar sus cargas, y así cumplirán la ley de Cristo”. Gálatas 6:2 (NVI)
Pregunta para considerar: ¿Qué primer paso puedo dar hoy para relacionarme con otro creyente en un mayor grado de intimidad y autenticidad?

DIA 17 Un lugar a pertenecer


Ya son ustedes... miembros de la familia de Dios,
ciudadanos del país de Dios y conciudadanos
de los cristianos de todas partes.
Efesios 2:19 (BAD)

...la familia de Dios, que es la iglesia del Dios
viviente, la cual sostiene y defiende la verdad.
1º Timoteo 3:15b (DHH)

Eres llamado a pertenecer, no sólo a creer.
Incluso en el entorno perfecto y sin pecado, en el jardín del Edén, Dios dijo: “No es bueno que el hombre esté solo”. Nos creó para vivir en comunidad, para la comunidad, para la comunión y para tener una familia, y no podemos cumplir los propósitos de Dios por sí solos.
En la Biblia no hay ningún ejemplo de santos solitarios o ermitaños espirituales aislados de otros creyentes y privados de la comunión. La Biblia dice que formamos un cuerpo, somos sus miembros, hemos sido edificados juntamente, formados articulaciones, somos herederos conjuntos, estamos sostenidos y ajustados en conjunto, y seremos arrebatados juntos. Ya no podemos valernos por nosotros mismos.
Aunque nuestra relación con Cristo es personal, la intención de Dios no es que sea privada. En al familia de Dios estamos conectados con todos los demás creyentes, y nos pertenecemos mutuamente por la eternidad. La Biblia dice: “También nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo, y cada miembro está unido a todos los demás”.
Seguir a Cristo implica participación, no solamente creer. Somos miembros de su cuerpo: la iglesia C.S.Lewis señaló que la palabra miembro tiene origen cristiano, pero que el mundo la ha vaciado de su significado original. Las casas comerciales ofrecen descuentos a sus “miembros” y los publicistas usan los nombres de sus miembros para crear listas de correspondencia. En muchas iglesias, la membresía suele reducirse a agregar su nombre a un registro, sin más requisito ni obligaciones.
Para Pablo, ser “miembro” de la iglesia significaba ser un órgano vital de un cuerpo con vida, una parte indispensable y ligada al cuerpo de Cristo. Necesitamos recuperar y poner en práctica el significado bíblico de ser miembro. La iglesia es un cuerpo, no un edificio; es un organismo, no una organización.
Para que los órganos de tu cuerpo cumplan su propósito, deben estar conectados al cuerpo. Lo mismo es cierto en tu caso, como parte del cuerpo de Cristo. Dios te creó para desempeñar un papel específico, pero si no te vinculas a una iglesia viva y local, te perderás el segundo propósito de tu vida. Descubrirás tu papel en la vida mediante tu relación con los demás.
La Biblia dice en Romanos 12:4-5: “El sentido de cada una de las partes lo da cuerpo en su totalidad y no al contrario. Estamos hablando del cuerpo de Cristo formado por su pueblo elegido. Cada uno de nosotros encontramos nuestro sentido y función como parte de su cuerpo. Si somos un dedo de la mano o del pie cortados y sueltos, no servimos de mucho, ¿no?”.
Fuera del cuerpo, los órganos se secan y mueren. No pueden sobrevivir solos; nosotros tampoco. Desvinculado y sin la fuente de vida que brinda el cuerpo local, tu vida espiritual se marchitará y dejará de existir. Por ese motivo, el primer síntoma del enfriamiento espiritual suele ser la asistencia irregular a los cultos de adoración y otros encuentros de creyentes. Cuando descuidamos la comunión, todo lo demás también se va a pique.
Ser miembro de la familia de Dios tiene repercusiones y no es algo para ser ignorado casualmente. La iglesia es parte del plan de Dios para el mundo. Jesús dijo: “Edificaré mi iglesia, y las puertas del reino de la muerte no prevalecerán contra ella”. La iglesia es indestructible y existirá por la eternidad. Sobrevivirá al universo, y tu papel en ella también. La persona que dice: “No necesito a la iglesia”, es arrogante o ignorante. La iglesia es tan importante que Jesús murió en la cruz por ella. “Cristo amó a la iglesia entregó su vida por ella”.
La Biblia llama a la iglesia “la esposa de Cristo” y “el cuerpo de Cristo”. No me puedo imaginar diciéndole a Jesús: “Te amo, pero no me gusta tu esposa”, o “Te acepto, pero rechazo tu cuerpo”. Sin embargo, eso es lo que hacemos cuando le restamos importancia, menospreciamos o nos quejamos de la iglesia. Por el contrario, Dios nos manda a amarla tanto como la ama Jesús. La Biblia nos ordena “amar a nuestra familia espiritual”. Es triste ver que muchos cristianos usan la iglesia, pero no la aman.

LA CONGREGACIÓN LOCAL
Con pocas excepciones importantes que tiene que ver con todos los creyentes en la historia, casi todas las veces que se usa la palabra iglesia en la Biblia se refiere a la congregación local y visible. El Nuevo Testamento da por sentado que los creyentes eran miembros de una congregación local. Los únicos cristianos que no lo eran, eran los que estaban sujetos a la disciplina de la congregación o que habían dejado de tener comunión por casos de inmoralidad.
La Biblia dice que un cristiano sin iglesia materna es como un órgano sin un cuerpo, una oveja sin rebaño o un niño sin familia. No es su estado natural. La Biblia dice que somos “miembros de la familia de Dios... conciudadanos de los cristianos de todas partes”.
En la actualidad, el individualismo independiente de nuestra cultura ha creado muchos huérfanos espirituales: “creyentes conejos” que saltan de una iglesia a otra sin identificarse, sin rendir cuentas ni comprometerse con ninguna. Muchos creen que es posible ser un “buen cristiano” si unirse (a veces sin siquiera asistir) a una iglesia local, pero Dios no está de acuerdo con eso. Su Palabra ofrece muchas razones de peso para justificar la necesidad de estar comprometidos y ser activos en la comunión.

LA NECESIDAD DE LA FAMILIA ECLESIÁSTICA
Ser una familia eclesiástica te permite identificar como creyente genuino. No puedo decir que sigo a Cristo si no tengo ningún compromiso con otro grupo específico de discípulos. Jesús dijo: “De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros”.
Somos testimonio al mundo cuando, viniendo de distintas culturas, razas y clases sociales, nos reunimos en amor como una familia en la iglesia. No somos parte del cuerpo de Cristo en soledad. Necesitamos a los demás para expresar que somos miembros del cuerpo. Juntos, no por separado, somos miembros de su cuerpo.
Ser una familia eclesiástica te aparta del aislamiento egocéntrico. La iglesia local es el salón de clases donde aprendes a vivir en la familia de Dios. Es el laboratorio donde se practica el amor comprensivo y sin egoísmo. Como miembro participante podrás aprender a interesarte en los demás y a -conocer la experiencia de otros: “Si uno de los miembros sufre, los demás comparten su sufrimiento; y si uno de ellos recibe honor, los demás se alegran con él”. Únicamente por medio del contacto regular con creyentes comunes e imperfectos podremos aprender a tener comunión verdadera y experimentar la verdad del Nuevo Testamento que afirma que estamos ligados y dependemos unos de otros.
La comunión bíblica consiste en estar tan comprometidos con los demás como lo estamos con Jesucristo. Dios espera que entreguemos nuestra vida unos por otros. Muchos cristianos conocen el versículo de Juan 3:16 pero se olvidan de 1º Juan 3:16: “En esto conocemos lo que es el amor; en que Jesucristo entregó su vida por nosotros. Así también nosotros debemos entregar la vida por nuestros hermanos”. Este es el tipo de sacrificio de amor que Dios espera que demostremos a los demás creyentes: una disposición a amarlos del mismo modo que Dios nos amó.
Ser una familia eclesiástica te ayuda a mantenerte en forma espiritualmente. No podrás madurar si sólo asistes a los cultos de adoración y eres un espectador pasivo. Sólo podemos mantenernos espiritualmente en forma si participamos en toda la vida de una congregación local. La Biblia declara: “Por su acción todo el cuerpo crece y se edifica en amor, sostenido y ajustado por todos los ligamentos, según la actividad propia de cada miembro”.
El Nuevo Testamento emplea más de cincuenta veces la frase “unos a otros” o “unos con otros”. Se nos manda amar; orar; alentar; amonestar; saludar; servir; enseñar; aceptar; honrar; llevar las cargas; perdonar; someternos; comprometernos y muchas otras tareas mutuas y recíprocas. ¡Esto es membresía bíblica! Estas son tus “responsabilidades familiares” que Dios espera que cumplamos por intermedio de una congregación local. ¿Con quién estás cumpliendo estas obligaciones?
Puede parecer más fácil ser santo cuando no hay nadie a nuestro alrededor que pueda frustrar nuestras preferencias, pero esta santidad es falsa y no verificable. El aislamiento genera engaño: es fácil engañarse creyendo que somos maduros si no nos comparamos con otros. La verdadera madurez se demuestra en las relaciones.
Para crecer necesitamos algo más que la Biblia, necesitamos a otros creyentes. Creceremos más rápido y seremos más fuertes si aprendemos de los demás y asumimos nuestra responsabilidad. Cuando otros comparten lo que Dios les está enseñando, aprendo y crezco.
El Cuerpo de Cristo te necesita. Dios tiene un papel exclusivo para que lo desempeñes en su familia. Es tu “ministerio”, y para desempeñarlo Dios te ha dado dones: “para ayudar a toda la iglesia Dios ha provisto a cada uno con dones espirituales”.
La congregación local es el lugar que Dios ha provisto para descubrir, desarrollar y usar tus dones. Es posible que además tengas un ministerio más amplio, pero eso es un agregado al servicio del cuerpo local. Jesús no prometió edificar tu ministerio; sino edificar su iglesia.
Compartirás la misión de Cristo en el mundo. Cuando Jesús caminó sobre esta tierra, Dios obró mediante el cuerpo físico de Cristo; hoy usa su cuerpo espiritual. La iglesia es el instrumento de Dios sobre la tierra. No solamente debemos ser ejemplo del amor de Dios amándonos unos a otros; también debemos llevar juntos ese amor al resto del mundo. Es un privilegio increíble que compartimos. Como miembros del cuerpo de Cristo, somos sus manos, sus pies, sus ojos y su corazón, Él obra en el mundo por nuestro intermedio. Pablo nos dice que “Dios nos ha creado en Cristo Jesús para trabajar juntos en su obra, en las buenas obras que Dios ha dispuesto para que hagamos, en la obra que más vale que pongamos en práctica”.
La familia eclesiástica evitará que te apartes. Nadie es inmune a la tentación. Dadas las circunstancias apropiadas, tú como yo podríamos ser capaces de cometer cualquier pecado. Como Dios sabe eso, nos ha asignado como individuos la responsabilidad de cuidarnos mutuamente. La Biblia dice: “Anímense unos a otros cada día, para que ninguno de ustedes se endurezca por el engaño del pecado”. “No te metas en mi vida” no es una frase que un cristiano debiera decir. Dios nos llama y nos manda a asumir un compromiso con los demás. Si sabes de alguien que en este mismo momento está flaqueando espiritualmente, es tu responsabilidad buscar a esa persona y devolverla a la comunión. Santiago dice que”si sabemos de alguno que se extravía de la verdad de Dios, no lo descartemos, busquémoslo y hagámoslo volver”.
Otro beneficio relacionado con la iglesia local es que brinda la protección espiritual de líderes consagrados. Dios ha dado a los líderes pastorales la responsabilidad de guardar, proteger, defender y velar por el bienestar espiritual de su rebaño “porque ellos cuidan de ustedes sin descanso, y saben que son responsables ante Dios de lo que a ustedes les pase”.
A Satanás le gustan los creyentes desarraigados, desconectados de la energía del cuerpo, aislados de la familia de Dios, sin responsabilidades frente a sus líderes espirituales: sabe que están indefensos y sin fuerza para enfrentarse a sus tácticas.

TODO ESTÁ EN LA IGLESIA
En mi libro Una iglesia con propósito expliqué cómo el formar parte de una iglesia espiritualmente saludable es esencial para tener una vida sana. Espero que también leas ese libro porque te ayudará a entender cómo Dios diseñó su iglesia específicamente para ayudarte a cumplir los cinco propósitos que Él tiene para tu vida. Él creó la iglesia para satisfacer las cinco necesidades más básicas de tu vida: un propósito para vivir, personas con quienes vivir, principios para vivir, una profesión para desarrollar y el poder para vivir. Sólo hay un lugar en la tierra donde es posible encontrar estos cinco beneficios reunidos en el mismo lugar.
Los propósitos de Dios para su iglesia son los mismos que tiene para tu vida. La adoración te ayudará a concentrarte en Dios; la comunión te ayudará enfrentar los problemas de la vida; el discipulado te ayudará a fortalecer tu fe; el ministerio te ayudará a descubrir tus talentos; el evangelismo te ayudará a cumplir tu misión.¡No hay nada como la iglesia en la tierra!

TU ELECCIÓN
Cuando nace un bebé, él o ella se convierte automáticamente en parte de la familia universal de los seres humanos. Pero ese bebé también necesita ser miembro de una familia en particular para recibir el cuidado y el cariño que requiere para crecer, tener salud y ser fuerte. Lo mismo es cierto en el aspecto espiritual. Cuando nacemos de nuevo, automáticamente pasamos a formar parte de la familia universal de Dios, pero también necesitamos ser miembros de una expresión local de ese núcleo.
La diferencia entre ser un mero asistente al templo y un miembro de la iglesia es el compromiso. Los asistentes son espectadores frente al escenario; los miembros están comprometidos con el ministerio. Los asistentes son consumidores; los miembros, contribuyentes. Los asistentes desean tener los beneficios de la iglesia sin compartir las obligaciones. Son como parejas que quieren vivir juntas sin comprometerse y formar un matrimonio.
¿Por qué es importante unirse a la familia de una iglesia local? Porque es en la práctica, no en la teoría, como demuestras tu compromiso con tus hermanos y hermanas. Dios quiere que ames a personas reales, no ideales. Puedes pasarte toda tu vida buscando la iglesia perfecta, pero nunca la encontrarás. Dios nos llama a amar a los pecadores como Él nos amó.
En los Hechos, los cristianos de Jerusalén tenían compromisos muy específicos entre sí. Se dedicaban a la comunión. La Biblia nos dice “que se comprometían con la enseñanza de los apóstoles, la vida en comunidad, las comidas comunitarias y las oraciones”. Dios hoy espera el mismo compromiso de tu parte.La vida cristiana es más que el simple compromiso con Cristo: también implica el compromiso con otros cristianos. Los creyentes de Macedonia entendieron esto. Pablo dijo de ellos: “Se entregaron a sí mismos, primeramente al Señor y después a nosotros, conforme a la voluntad de Dios”. Después de convertirte en hijo de Dios, el siguiente paso natural que debes dar es convertirte en miembro de una congregación local. Cuando te comprometes con Cristo, te conviertes en cristiano; pero te conviertes en miembro de una iglesia cuando te comprometes con un grupo específico de creyentes. La primera decisión trae la salvación; la segunda, la comunión.
DÍA DIECISIETE
PENSANDO EN MI PROPÓSITO
Punto de reflexión: Soy llamado a pertenecer, no sólo a creer.
Versículo para recordar: “También nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo, y cada miembro está unido a todos los demás”. Romanos 12:5 (NVI)
Pregunta para considerar: El grado de compromiso que tengo con mi iglesia local, ¿refleja mi amor y compromiso con la familia de Dios?